29 agosto 2007

Día de Perros - Tripas


Habían pasado ya algunos días, el tobillo había sanado por completo, mas no así su corazón, y Matías seguía sumido en un estado casi catatónico, que le causaba realizar las tareas cotidianas más sencillas como si se tratase de un “piloto automático”, como por simple inercia.

Ciertas cosas habían cambiado en su vida, o en los pedazos que de ésta quedaban; sus hábitos eran algo diferentes, el departamento lucía en un mejor estado, casi todo en orden, algo que él gustaba llamar un “desmadre organizado” – la necesidad es la madre de todas las virtudes – se repetía Matías mientras limpiaba, sacudía y barría los rincones de su departamento, al compás de “Adiós Nonino” y otras piezas de Piazzolla. Era un buen comienzo, tal vez demasiado tarde, pero era un buen comienzo al fin y al cabo. Esto le daba una cierta satisfacción, como queriendo llenar el espacio vació que le dejaba la ausencia de ella; porque en el lugar ahora se respiraba limpieza, pinol, cloro, un cierto orden, pero faltaba su aroma, su esencia, su perfume natural, simplemente faltaba ella.

Sus recorridos por la ciudad eran cotidianos como los de mucha gente, aunque Matías ahora los deambulaba ausente de ese mundo aglomerado y vertiginoso que lo rodeaba. Tomar el autobús para ir al trabajo, buscar la taza de café, el escritorio, la oficina, la compu, el cigarrillo, las cinco en punto y de regreso a casa, mientras su mente se hallaba como detenida en el tiempo. La pregunta era recurrente en su ya gastada mente ¿Se puede arreglar lo dañado? ¿Se puede componer lo destrozado? O mejor aun ¿llegaría la tan ansiada “segunda oportunidad” alguna vez a su vida?

Ni el mismo lo sabia, ni quería saberlo, porque una segunda oportunidad implicaba la posibilidad de encontrarse con alguien mas que no fuera ella, su Sofía, la que llenaba sus mañanas, sus tardes, sus noches, su cama, su espacio, su vida entera; su Sofía, la que admiraba por su carácter fuerte, la que le llevaba las finanzas mejor que nadie, la que fungía como critica literaria para sus trabajos, la que siempre tenia una sonrisa después de una discusión, aquella sonrisa media que él amaba, esa sonrisa que lo curaba todo.

Esa noche, como casi todas en los últimos meses, la pasó completamente en vela, escuchando música, tratando de escribir entre el cantar de los grillos, pero esas preguntas y esa ausencia no lo dejaban en paz. Y se llegó por fin el amanecer, los primeros rayos de sol por la ventana, el aroma, el aire fresco, el trinar de algunos pájaros, el anuncio de un nuevo Domingo, otro Domingo de fútbol, de televisión, de ausencias.

Esta vez Matías no iba a permitir dejarse vencer por el pesado Domingo, así que decidió salir de casa e ir a su cafetería favorita, la cual abría sus puertas a temprana hora, y disfrutar de un buen late – será la mejor manera de comenzar este nuevo Domingo – y así fue como tomó su abrigo y emprendió el camino. Al llegar, el lugar estaba mas concurrido de lo normal – como que todos tuvieron la misma idea, algo bueno debe de haber en todo esto – se decía Matías mientras hacia fila, y esta vez se aseguraba de traer su billetera, la cual si traía, y llevaba apenas lo suficiente para el tan ansiado late y tal vez un pastelillo además.

De pronto, su ritmo cardiaco se aceleró mientras lo invadía un cierto escalofrió, un curioso cosquilleo en las manos... era esa silueta de mujer que se hallaba tres turnos mas adelante de él, esa silueta delgada y garbosa, cabello castaño recogido en cola de caballo, y sintió percibir ese aroma tan particular, ese que estaba ausente en su departamento, en sus mañanas, en su vida. - ¿Acaso será posible... ?
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23 agosto 2007

Capsulita Musical

Estos últimos días han sido bastante pesados, una montaña rusa de emociones, pero siempre hay que seguir adelante... Show must go on, como dijera la rola de Queen.

Y pues ahí me tienen que esculcando entre los cachivaches del ático, y me encontré esta rola (ochentera para variar) que me gustaba mucho. Por cierto, me entere que el entonces vocalista del grupo Survivor (Jimi Jamison), fue después el interprete y coautor de la canción del tema de la serie de televisión “Baywatch” (Guardianes de la Bahía) llamado “I’m Always Here”. Pónganle atención a la voz y verán que es cierto, en fin, babosadas de las que se entera uno.



Aquí los dejo pues con esta rola que me gustaba mucho en mis tiempos mozos (el video también esta padre), esperando que tengan todos un fabuloso fin de semana.
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17 agosto 2007

Hace un año...


Comencé esta aventura llamada blog, sin saber que me esperaba. Hoy, a la vuelta de estos trescientos sesenta y cinco días, muchas cosas vienen a mi mente, la mayoría son recuerdos, si, recuerdos polvorientos, semi-abandonados, retros, antiguos, la mayoría buenos recuerdos, cual juguetes viejos y queridos en un ático, como guardados en una cápsula de tiempo.

Con alegría puedo ver que no soy el único soñador acá afuera en este mundo de realidades crudas, de contrastes pero a la vez de esperanza. Con gusto he compartido y seguiré compartiendo estos recuerdos, que placenteramente a otras almas contagian, haciendo eco en otros áticos, trayendo consigo tal vez una sonrisa, una carcajada, una ilusión, una lagrima de alegría, de nostalgia, de buenos recuerdos... dicen que recordar es vivir, creo que me gusta mucho volver a vivir ciertas etapas de mi vida.

No sé, simplemente no quise dejar pasar desapercibida esta fecha, y pues aquí están estas letras a manera de festejo, pero al mismo tiempo, es a manera de agradecimiento para todas las personas que por aquí han pasado, y todas han dejado huella, inclusive aquellos que no han dejado comentario, porque con su colaboración, con su visita, siguen alimentando la memoria y el alma de un loco que vive de sus recuerdos, que gusta de ir por ellos, subir al Ático, desempolvar, y volver a vivir.

PD. Se aceptan pasteles, refrescos, tragos, licor, música (que sea 80’s de preferencia), gorritos y serpentinas en caso de que la bohemia nos agarre y hagamos un brindis. ¡Salud!
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14 agosto 2007

Perspectivas diferentes de una ciudad


La cita era muy temprano para el Sábado a las 7:00 AM abajo del “puente libre”. La ruta sería nueva, así que debíamos ir preparados con bastante agua, Gatorade o cualquier otra bebida re-hidratante. Esa mañana me levanté tarde, olvidé prender mi despertador, así que mi corazón ya venia más acelerado que de costumbre. Tarde pero con el tiempo suficiente para llegar cinco minutos después de lo acordado.

Estando todos los citados en el lugar estipulado de encuentro, emprendimos nuestra travesía sobre dos ruedas rumbo al poniente, por todo el bordo del Rió Bravo. Aquí comenzaba mi primera aclaración del día; vi como a esa hora ya había gente agazapada entre matorrales o simplemente a la orilla del rió, unos inclusive hasta con teléfonos celulares, como esperando la hora precisa para cruzar al otro lado y buscar el sueño americano, otros tantos tal vez esperando “clientes” para cruzarlos o para aprovecharse de su inocencia, en fin.

Después de un buen rato y de varias bajadas por piedras, matorrales y estrechos pasos, la ruta enfiló hacia el boulevard Norzagaray, hacia los rumbos de la zona de Anapra. Aquí utilizamos únicamente dos calles pavimentadas, y el ambiente era ya de bullicio, gente abriendo sus negocios, barriendo banquetas, autobuses pasando, música grupera de fondo, etc. Después dimos vuelta por otra calle que nos llevaría a la ruta de terrecería, pero en esta calle había un tianguis, una especie de mercado de pulgas. Aquí los olores a barbacoa y pan recién hecho se mezclaban con el del agua estancada y desechos de basura, “así es mi tierra” me dije a mí mismo en silencio; una zona de la ciudad muy humilde, una zona que ya había visitado tiempo atrás junto con mi padre, una zona que en mi mente existe pero que de un tiempo a la fecha esta como negada... los prejuicios de la sociedad, esta era otra “vista” de la ciudad, una que muchos nos negamos a reconocer, simplemente con nuestra indiferencia.

Terminada esa calle, la continuación era subir pequeños cerros desérticos, salir de la mancha urbana, pasar por una planta demoledora de piedra, y poco a poco alejarse de la ciudad. La travesía tuvo de todo, hasta el cruce de un boulevard utilizando un túnel de desagüe, esta parte estuvo de película. Luego pasar una cerca de alambre de púas, y seguir la ruta hasta el antiguo Cristo Negro (ahora llamado “Cristo de Curiel” por capricho del dueño del predio, que cosas) En ese momento la perspectiva era otra: hacia el norte a lo lejos los edificios, la mancha urbana, las ultimas casas y el imponente boulevard vacío; hacia el sur poniente, las faldas de la Sierra de Juárez y la nada, solo desierto, cerros y algunas que otras casitas que parecieran estar abandonadas, aun sin embargo, ahí en medio de la nada, tenían sus habitantes.

Pasando el antiguo Cristo Negro, a unos kilómetros mas adentro, llegamos a un cruce de caminos, y en la cima de un cerrito estaba una pequeña casa de adobe con unas gallinas revoloteando por ahí, y un gran guajolote (pavo) que a punto estuvo de atacarnos, si no fuera por la intervención de Cristian, un niño habitante de esa casa, de escasos nueve años, cabello rubio, ojos claros, su aspecto sucio y desprolijo, pero que contrastaban con su gran sonrisa y una curiosidad característica en un chico de su edad, siempre reflejadas en sus ojos.

Cristian no sabia nada de los puntos de referencia de la ruta, ni los nombres que los “expertos” le han dado a ciertas cumbres, cerros y caminos. Él con picardía, solo ofrecía agua embotellada y los “Gatos” (los Gatorades) a quince pesos. Fue ahí donde vi las diferentes perspectivas de la ciudad: una, aquella que llevábamos nosotros cual conquistadores, con nuestras bicicletas y equipo de cientos o tal vez miles de dólares, sintiéndonos dueños de la situación, y la otra, la de Cristian, la de estar en la parte mas alejada de la ciudad, que tal vez ni parte de la ciudad forma, pero la de vivir con alegría los fines de semana, sabedor de que la clientela será abundante, la de su alegría de ver bicicletas ir y venir y de sentirse en el momento y el lugar correctos.

Que tan fácil nos puede ganar la soberbia en veces, que teniéndolo todo, queremos y ansiamos todavía mas y hasta podemos llegar a sentirnos desdichados por no tener esto o aquello de moda, mientras la vida puede ser tan sencilla, y ofrecernos tanto, sin tanta complicación, sin tanto costo, como la que se ve a través de los ojos de Cristian, aquel niño del cerrito, que con esa mirada me ha dejado una de las enseñanzas mas importantes de la vida.
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02 agosto 2007

Lunes Patrióticos en Ciudad Juárez.


De los recuerdos del Juárez de antaño, tengo presente mis años de escuela secundaria y aquellos Lunes patrióticos de honores a la bandera.

Fue una época en la cual, además de los ya mencionados honores a la bandera en la escuela, también rendíamos los honores por las tardes en la Plaza de Armas de mi querido juaritos, todo esto creo que era gracias a la amistad entre nuestro maestro de la banda con algunos miembros de la administración municipal en aquel entonces.

En veces a producto de ave, emplumada y pico-corva (para los que no le entendieron quise decir “a huevo”, “a fuerzas”), y en veces por convicción propia, ahí estábamos los miembros de la banda, listos al pie del cañón para esas ceremonias dobles, pues por las tardes había que estar listo en la plaza de armas antes de las seis de la tarde, muy peinaditos y arregladitos, uniforme kaki (muy odiado por estudiantes, amado por las madres) y corbata, instrumentos limpios, ah y también la corneta, todo en orden.

Lo bonito de esa época, aparte del folklore que nos tocaba ver en el centro de la ciudad, era la cultura cívica y social que nos inculcaron nuestros padres y maestros. De esta época recuerdo muy bien a mi maestro de Ciencias Sociales, que a su vez era el maestro de la Banda de Guerra, creo que aparte de mi padre, fue la persona que más nos inculco un poco a querer y a apreciar a nuestra ciudad, usando trabajos de investigación mas enfocados a nuestra comunidad, a nuestra ciudad, a personajes locales, etc, etc.

Es así como con mucha gallardía, tocábamos las marchas de honor mientras la bandera era arriada por la escolta de la escuela, todo esto entre el sonido de las bocinas de los autos, la muchedumbre curiosa, el borrachito de la esquina, el “guero mustang”, la señora de las semillas, los boleros de enfrente de la plaza, el señor de las paletas, los pedigüeños de enfrente de la catedral, los merolicos y predicadores de la plaza, y muchos de ellos, saludando respetuosamente a la bandera y las que nunca podían faltar, las palomas alrededor del asta bandera, siempre presentes, en parvada, aleteando, haciendo su peculiar ruido.

No recuerdo con exactitud por cuanto tiempo hice esto, pero ahora lo recuerdo con gusto, con ilusión – eran otros tiempos – me dice mucha gente, y si, tal vez tengan razón, éramos unos chamaquitos de escasos doce o trece años de edad, pero lo que me da mas gusto es que desde esa edad ya teníamos ese espíritu de equipo, ese espíritu patriótico, y ese espíritu de servicio. Gracias a nuestros padres, gracias a nuestros maestros, gracias a la Banda de Guerra, gracias a mi Ciudad Juárez por permitirme estas experiencias, de ver con ojos propios la realidad del centro de la ciudad, pero a la vez también su lado patriótico, su lado cívico.
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