
La hora de la cita se acercaba, seis de la mañana en punto, en aquel edificio de fachada de ladrillos oscuros al fondo de la calle, quinto piso, justo en el centro de la ciudad, que a esas horas de la mañana, pareciera perfecto para un retrato sin obstáculos ni movimiento. Calles vacías, algún perro por ahí, el vapor de los colectores saliendo por las alcantarillas de las calles... las seis y sereno.
Paco apresuraba el paso, aunque iba a buen tiempo, no quería llegar tarde ni por equivocación, sabia lo relevante que era la puntualidad en ese nuevo entorno, un paradigma de disciplina y valores. Bajó del autobús en la estación más cercana, a dos cuadras del edificio, apretó el paso, y identificarse con el guardia de la entrada, su respectiva “bolseada”, la indicación a los elevadores, y al quinto piso. Al llegar, se dirige a una especie de escritorio de información, le reciben su nombre, le dan varias formas a llenar, le indican que su nombre seria llamado junto con el de otras personas (entrarían en grupos) y se sienta en una especie de sala de espera.
Mientras Paco llenaba las formas de historiales clínicos, sus nervios iban creciendo, y varias veces pasaba por su cabeza la ya famosa frase “que estoy haciendo aquí”, pero luego meditaba unos segundos y seguía adelante son su tarea. Compartía la sala con otros chicos que se encontraban ahí, mas dormidos que despiertos, todos con miradas esquivas, nerviosos, callados, cada cual en su mundo. Trataba de vencer los nervios viendo la pantalla de televisión que había en la esquina de aquella sala; solo noticieros a esa hora de la madrugada; a tratar de entender algo de lo que ahí se decía.
Llego la hora: un joven ataviado en traje de enfermero sale y nombra a cinco personas, entre ellas el nombre de Paco. El grupo es guiado a una sala tipo consultorio de doctor, de dimensiones más grandes de lo normal. Se les pide que hagan varias cosas, sacar la lengua, decir “ahhhhhh”, voltear la cabeza a la izquierda, a la derecha. Hasta aquí todo iba bien para Paco, parecía que sus nervios desaparecían por completo mientras llegaba una extraña confianza, se podría decir que en esos momentos estaba más seguro que nunca de la decisión tomada.
Así pasaron varias pruebas, hasta que llegó una instrucción que paralizo a Paco hasta la medula de sus huesos; había que agacharse en cuclillas, dar un par de pasos asi “como pato” y después incorporarse sin ayuda de sus manos. Inmediatamente vino a la mente de Paco la vieja lesión en su rodilla y un pánico le invadió por completo. – Se me hace que hasta aquí llegue – se dijo a sí mismo. En un momento de lucidez, logro vencer los nervios y decidió seguir las instrucciones tal cual, y esperar a un descuido del evaluador para apoyarse con una mano si fuera necesario para poder incorporarse.
Mientras él le rezaba a los mil santos, el enfermero les indicaba que por falta de tiempo, la prueba la harían en grupo, todos al mismo tiempo; sus ruegos habían sido escuchados. Al ser dada la orden, el grupo se agacho en cuclillas, Paco sintió que su rodilla reventaba, pero podría aguantar, disimuló el rictus de dolor de su rostro con una sonrisa boba. Después de unos segundos que parecieron eternos, se escucho la orden de incorporarse. Paco sufría de a poco al intentarlo, sentía que su rodilla daría de si en el intento, pero, milagrosamente otro chico del grupo el cual estaba colocado en el otro extremo del salón, hizo un movimiento en falso y cayó. Esto causo la atención inmediata del evaluador, mientras Paco aprovechaba para apoyarse con la más mínima ayuda de las yemas de sus dedos y lo más discreto posible; prueba superada, Paco estaba de pie y salía bien librado de la prueba.
Lo que paso después de ese momento ya no importaba, Paco solo atinaba a firmar formas y más formas de manera automática, lo único que quería era salir de ese lugar con su autorización y su alta medica. Al paso de unos quince o veinte minutos, por fin estaba fuera de aquel edificio, con su alta medica en la mano. Paco podía respirar tranquilo, y con una sensación de logro; lo hecho, hecho estaba. Comenzaba así para él, un camino difícil que se había trazado, comenzaba la aventura, comenzaba su supuesta independencia, comenzaba el camino de aquel sueño guajiro, que como en la película de “
Full Metal Jacket” llegaría a ser el primer niño de su cuadra con una o más muertes a cuestas y certificadas. No había vuelta atrás, comenzaba una nueva aventura, y apenas si el reloj marcaba las siete y media de la mañana... no cabe duda que el destino llega temprano.