Definitivamente
algo se rompió. No sé cómo ni cuándo, ni
qué exactamente, pero la ruptura es evidente.
La temperatura es fría, la sensación es extraña e incómoda, la distancia
es larga a pesar de la cercanía. Y el dolor se asoma, de a poco pero se asoma,
y llega una especie de saudade. Como añorando
la tierra, el pasado, los tiempos mejores, de épocas o años o días, de ayer
mismo. Extraños somos los seres humanos
y nuestra gama de comportamientos. Jamás
fui bueno en las adivinanzas y esta vez no fue la excepción. Me cuesta tanto entender las acciones que van
disfrazadas con una careta distinta. Me
paso cuando niño y de adulto me doy cuenta que nada ha cambiado, sigo siendo el
mismo, imbécil o ingenuo pero sigo siendo igual. De alguna manera he logrado aceptar esa condición,
pero me sigue costando, sobre todo a la hora de las adivinanzas fallidas, los
signos mal interpretados. Al final la añoranza
es la misma, y el dolor es inevitable.
Es curioso pensar que dentro del dolor, cualquiera que sea la intensidad,
se aloja la prueba inequívoca de nuestra humanidad, de nuestra sensibilidad, y
me da esperanza… al menos hasta la siguiente vez en que el juego se presenta de
nuevo y yo sigo siendo aquel mocoso que no entiende, no interpreta, se la cree
todita, le duele todo, se encierra en su mundo pero al final, al final vuelve a
salir a la calle…