15 febrero 2019

Y sigue la mata dando, y la “humanidad” decepcionando


Y lo pongo entre comillas porque dude en calificarlos de humanidad.  Todos o algunos, a los que les caiga el saco.  Y sé que no todos son así, pero ¿será que nuestra misma naturaleza humana nos orilla a esas prácticas? A la puñalada trapera, a la mentira en exceso con fines de lucro, a la hipocresía, a la envidia, a la amistad falsa, sentimientos falsos y al aparente único propósito de aplastar a los demás si es que se cruzan en el camino del éxito.  La traición siempre ha existido, pero no nos acostumbramos a ella, sobre todo el que la recibe.  Duele siempre.  Y lo pueden atestiguar tanto vivos como muertos.



Y de nuevo culpo a mi eterno afán de pertenecer.  Ese maldito afán que todavía no puedo descifrar bien de donde viene, pero lo más importante, como lo puedo controlar, amaestrar, o mejor aún, eliminar para siempre.  Los humanos somos seres sociables por naturaleza… dicen por ahí.  ¿Sera que se sufre más solo que mal acompañado?  Lo dudo mucho.  Pero si es verdad que la interacción humana es muy necesaria y es hasta cierto punto muy sana para nuestro bienestar como sociedad, como seres humanos, emocionalmente y físicamente.



Pero de aquí se agarran algunos muy “jijos” para aprovecharse.  No se qué extraña satisfacción les da esto, pero alguna sensación gratificante les tiene que dar.  “Se aprovechan de mi nobleza”, de las carencias, traumas y necesidades del débil, de esa necesidad de sentirse amado, de pertenecer, de ser “cool”, de ese “tocuh”, aunque parezca casual.  Y llegan sigilosos, como víboras, y te dicen que comas del fruto prohibido.  Se dicen tus amigos, amantes, incondicionales, lo que sea que te suene bonito.  Te llevan a las nubes, y cuando más arriba estas.. ¡Pum! Pa’ bajo y de chingadazo.  El golpe al final de esa caída libre puede ser tan doloroso que acaba vidas enteras, aunque llegues a los noventa y tantos.



Ya no importa tanto lo que digan a tus espaldas, las invitaciones que nunca llegaron, las ofensas que nunca se dijeron de frente, los sobrenombres secreto a voces, las opiniones reales, la radiografía de tus errores.  Que importa, nada.  Lo único que importa es saber que nunca pertenecí, que sigo siendo el mismo rarete como aquel adolecente al que le gustaban las historias de la revista Duda, la historia y la música de tangos, el cubo rubik y mis inventos disparatados.  Pero bueno, ya está.  Nunca he pertenecido, ni perteneceré, nunca fui parte de nada, de ninguno de esos grupos o normas sociales establecidas.  Nunca los entendí, no sé porque siempre quise pertenecer.

Ahora me quedo conmigo mismo, como siempre debió ser, hasta el final….


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