31 octubre 2007

De brujas, dulces y hospitales


Todo estaba listo, a mis escasos ocho años me disponía a salir de casa esa tarde, y junto con mis amigos participar de esa tradición prestada de los primos del norte (los gringos) de ir a pedir dulces casa por casa la noche de Halloween; el vivir en frontera hace casi imposible el aislarse de modismos, lenguaje y tradiciones gringas.

Armado de una simple mascara (a la fecha no recuerdo bien de que, pero de que era monstruo, lo era) y una bolsa de plástico, enfile junto con mis amigos hacia las calles de la colonia, a pedir dulces como ya lo había hecho otros años. Ese día, el clima había sido favorable, así que una playera de manga corta bastaba, aunque por la tarde el clima cambió bruscamente y empezó a soplar un viento fuerte y muy frió.

Vengan, acá están dando chocolates – nos gritaba un amigo, y corríamos todos hacia la mencionada casa, o – acá están dando dulces americanos – y para allá íbamos todos, siguiendo el grito de guerra. La noche transcurría normal, solo que yo comencé a sentir un poco mas el frió, y de pronto me vino una tos, cosa que no me detuvo en mi afanosa tarea de recolectar el mayor numero de dulces posible. El clima, aunado a mis alergias, causaría poco mas tarde una reacción muy interesante en mi esquelética figura.

Por fin termine mi recorrido, llegue a casa con el botín de dulces, pero mi salud muy mermada, la tos era tan persistente, que ni ganas me quedaron de saborear los dulces obtenidos esa noche. Horas mas tarde, me era casi imposible poder respirar, mi pecho se contraía demasiado al grado de provocar dolor el simple hecho de querer tomar una bocanada de aire; mis padres muy asustados decidieron llevarme de urgencia a un hospital.

La siguiente imagen que viene a mi mente es el estar en una cama de hospital, con suero, inyecciones y una cámara de oxigeno alrededor. Debido a mis alergias y el frió, había sufrido un ataque severo de asma, así que había que desinflamar y despejar mis bronquios lo mas rápido posible. Recuerdo muy bien la imagen de mi madre sumamente afligida a través del plástico de la cámara de oxigeno, se vivía en desatenciones por mí, y su cara de angustia me asustaba mucho, muchísimo. Esa noche fue una de las peores noches de mi vida, debido al malestar, suero, oxigeno y demás cosas; no pude pegar los ojos y descansar, a eso habría que sumar que mi madre, cada cinco minutos me preguntaba si me sentía bien. El siguiente día, que era sábado, lo pase un poco mejor, pues mi salud había mejorado notablemente. A medio día me retiraron la cámara de oxigeno y pude recibir visitas. Por ahí desfilaron familiares, y algunos amigos, mientras yo descansaba, dormitaba a ratos y cambiaba los canales de la televisión con ayuda de un control remoto alambrico; bendita tecnología me decía a mi mismo.

Esa noche, mi padre relevó a mi madre en las labores de velar mi sueño, alegando que ella debía descansar. El cambio fue bastante drástico y bueno. El ver la relajación de mi viejo me dio una cierta esperanza, una confianza de que las cosas estarían bien. Mi padre no perdió tiempo y comenzó a buscar un buen lugar para dormir, el sillón del cuarto era demasiado incomodo, así que quito los cojines y los acomodo en el suelo. Hubieran visto las caras de las enfermeras cuando entraban a revisar mis signos vitales durante la noche y veían a mi padre tendido en el suelo, y él, como si nada seguía durmiendo. La mañana del domingo, desperté con dos sorpresas, la primera, que la aguja del suero había sido removida por las enfermeras, era como haber recuperado mi libertad, podía moverme por el cuarto a placer. La segunda sorpresa, mi padre amaneció ahí a mi lado, me invadió la risa, me dijo que no podía aguantar el suelo y como la cama era muy grande, el se hizo un espacio ahí junto a mí, ¡Ja! Si supiera mi madre diría “este hombre solo piensa en comer y dormir”... pero bueno, creo que el ver ambas perspectivas me sirvió de mucho.

El día transcurrió rápidamente y esa misma tarde era dado de alta por el doctor, no lo podía creer, ya era hora de volver a casa, había recuperado mi salud, mi libertad, y había aprendido mi lección, muchas lecciones creo yo, unas relacionadas con la salud, y otras con el temple, el mantener la calma, el saber que siempre hay esperanza, siempre sale el sol, y que nuestros padres, de diferentes maneras, nos hacen saber que están ahí para ayudarnos siempre.

Trick or treat anyone?
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23 octubre 2007

La vida, escoba en mano


El mundo podrá estar de fiesta y desvelado, podrá estar de luto y triste, o muy atareado y vertiginoso, pero ese mundo, siempre será el mismo para Don José.

Tal vez el destino le jugó “chueco” y lo trajo hasta acá, con su escoba en la mano, barriendo la basura, los desechos de los demás, basura que va y viene, que el ya conoce tan bien, que teje historias detrás de cada papel, de cada bote, de cada caja de desperdicio, porque la vida misma lo ha llevado por esa escuela, donde se aprende sin calificaciones ni premios, simplemente se aprende.

La indiferencia de los demás es el pan de cada día de Don José, quien puntualmente atiende su tarea, escoba en mano, siempre atento, siempre dispuesto a limpiar, barrer, recoger, arreglar de alguna forma la imagen, el mundo de los demás.

Que diera Don José por barrer almas además de calles, porque una buena barridita no nos vendría mal. El mundo, por así llamarlo, siempre lleno de preocupaciones y tareas, vive a un ritmo acelerado, que no le permite detenerse a contemplar las cosas más sencillas de la vida; Don José cree que es la basura del alma, la que no nos permite vivir la vida más sencilla, más tranquila, más humilde.

Hay que dar gracias a la vida, por todo lo que nos ha dado, y por cada Don José que veamos en la calle, en nuestra vida cotidiana, esos que pasan desapercibidos, pero que de alguna manera están ahí, para devolvernos a esta tierra, a la realidad, y a la sencillez que es la vida, esa que nosotros mismos nos complicamos con tecnicismos y ambiciones.

Habrá que salir de vez en cuando, escoba en mano, para limpiar las calles, empezando siempre por nuestra propia casa.
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16 octubre 2007

Crónica de una salida, un percance técnico y una meta


Pues si, se llegaba mi “Día D”, el día de la carrera a la que me había inscrito voluntariamente, como un reto, como una terapia, como una prueba de muchas cosas. Me sentía listo, no había mas que aprender, no había mas que hacer a ultima hora, salvo un pequeño detalle: en mi afán de dejar todos los ejes súper limpios, desalineé la llanta y el freno trasero de mi bicicleta. Cundió el pánico por unos momentos, por unas horas diría yo, pero nada que un mecánico de verdad no pudiera arreglar, por unos cuantos dólares y lo más increíble, en escasos quince minutos. Problema resuelto, así que lo único que quedaba por hacer era esperar, relajarse y esperar.

La mañana siguiente, la de la carrera, pintaba para ser perfecta, cielo despejado, clima agradable, un poco fresco pero se esperaba que el sol tuviera sus efectos durante el día, y poco de viento, que después arreció y si llego a ser factor, aunque también agradecería ese viento porque me refrescaba cuando mas lo necesité.

La salida fue una locura, había mas de dos mil competidores, era un enjambre de bicicletas, entusiasmo y adrenalina a flor de piel, todas las edades representadas, un mar de gente. La cuenta regresiba en el megáfono 3, 2, 1... y se llegaba el disparo de salida. Poco a poco fui avanzando entre el mar de bicicletas, haciéndome espacio, y tratando de llevar un ritmo tranquilo, como el que se había planeado para poder llegar entero a la etapa de montaña. Subimos el bordo del rió y la ruta enfilaba hacia el oriente. El polvo era increíble, ahora entiendo porque un rato antes vi a varios competidores con tapa-bocas, esto respondió rápidamente a aquella pregunta planteada en mi mente momentos antes.

Algo que me entusiasmo bastante, fue ver a mucha gente a orillas del bordo del rió y durante casi todo el trayecto, animando con pancartas, con aplausos y gritos de “animo, animo, van muy bien” y todo eso. Gente que salía de sus casas para ver la carrera, gente que iba apoyando a algún familiar pero animaban parejo, sin discriminar, esto me hizo sentir especial, es algo difícil de explicar, pero es una sensación que percibí y viví en carne propia, y me llego, así que doy gracias por eso. El tramo de ida y vuelta por el bordo del rió estaba por acabar, hasta aquí todo bien, depuse, pasar por la zona de Anapra, seguir saludando gente, dando palmadas al pasar y con esto dibujar una sonrisa en el rostro de algún chiquillo que con mucho entusiasmo había salido de su humilde casa a ver la carrera tan famosa y que de alguna manera irrumpía la armonía de su Sábado común y corriente. Hubo un tramo donde unas chiquillas con papel y lápiz en mano pedían autógrafos, fue algo gracioso, pero como que eran cosas que el ser supremo me mandaba para que por un momento me sintiera de nuevo humano y regresaran los pies a la tierra, eran mis anclas, por las cuales doy gracias también.

Y esto lo digo, porque cuando más invencible me sentía, cuando traía mi mejor ritmo y mi mejor tiempo, a las dos horas y media de camino ¡crak! La cadena de mi bicicleta se salía de la estrella mas chica y se atoraba con tres vueltas en el eje. Rápidamente me baje, un amigo con el que venia haciendo equipo hizo lo mismo; tratamos en vano de zafarla, no se podía, era prácticamente imposible. Tuve mi momento de negación, luego de reclamo, maldije y estuve a punto de patear a mi pobre bicicleta que no tenía la culpa, luego me vino un rayo de iluminación y le dije a mi compañero – tu síguele, voy a caminar hasta el siguiente punto de abastecimiento y veré si alguien me puede ayudar – no quedaba mas que hacer. Mi amigo prosiguió y yo, a caminar, mientras creo que mis ideas se calmaban y se ponían en orden. Por fin llegue al check point y había bastante gente, nadie se ofrecía a ayudarme cuando de repente...

...milagrosamente veo una cara conocida, un joven que había estado entrenando con mis amigos y que a ultima hora decidió no participar en la carrera pero si como ayudante. Le explique el problema, pronto llamo a otro amigo suyo, hicieron la bici a un lado del camino y la voltearon, comenzaron a tratar de arreglarla. Pidieron herramienta y después de varios minutos y varios intentos, la cadena estaba de nuevo en su lugar. Creo que ya había perdido en total unos cuarenta y cinco minutos en todo esto, pero sin pensarlo dos veces, agradecí en el alma ese gran favor, y me dispuse a continuar. Me abastecí de agua, plátanos, lo que estuvieran dando y le di con todo, rebase gente a diestra y siniestra, pedía pista como todo un “pro” y así llegue al kilómetro 60 de recorrido, comenzaba lo bueno, el ascenso.

Debido al gasto anterior en mi afán por alcanzar a mis compañeros, deje mucha de mi energía en el camino, además de que la cadena no había quedado al cien por ciento y seguía cayendo, solo que ahora al primer ruido raro paraba de inmediato para evitar que se volviera a enroscar. Cuando el calor mas arreciaba, mi energía se acababa poco a poco, también los líquidos, pero eché mano de lo poco que traía de agua, los geles y barritas de cereal para tomar algo de energía. Pasábamos el ultimo punto de reabastecimiento antes de la famosa “Subida de la Asfixia”, me armaba de gatorade y de valor. Curiosamente el camino pasa por una pequeña capilla, un poco de agua bendita y a seguir el camino, y a unos metros de llegar a la falda de la subida, los calambres hicieron de las suyas y tuve que detenerme por un buen rato mientras recuperaba mis fuerzas. Después de un rato de descanso, un poco de gel y dos aspirinas, proseguí mi camino. La subida era criminal, yo lo sabia de antemano, ya la había pasado, pero esta vez traía mas kilómetros recorridos.

Dure subiendo lo que sentí una eternidad y cuando llegue a la cima, sentí como llegaba una extraña fuerza, que me impedía detenerme, así que sin descansar seguí por la “Bajada del Diablo” entre caminando y en la bicicleta, porque a las bajadas les tengo mucho respeto, dicen que no es miedo, que es precaución, como sea, extreme precaución y baje lo mas rápido que pude. El sol comenzaba a despedirse, y de regreso al Cristo Negro (donde se me había caído la cadena originalmente) me dije – de aquí en adelante nada ni nadie me detiene – y di mi resto, con todo lo que me quedaba comencé a pedalear, rebase a varios competidores que ya iban quedando rezagados al igual que yo, pero no sé de donde saque tanta energía que pedaleé como si me viniera persiguiendo la migra, no pare hasta llegar a la meta, levante mis brazos en alto para la foto y por fin, estaba en la meta; todo había terminado.



Me tomo nueve horas y cuarenta y cinco minutos terminar esta odisea. Es verdad que pude hacer menos tiempo, es verdad que el incidente de la cadena me pudo haber detenido, pero mi voluntad fue mas que eso, y que la debilidad física y la falta de sales y electrolitos. Estaba en la meta y era lo más importante, pidieron mi numero de competidor, dijeron mi nombre, respondí afirmativamente y me entregaron mi medalla de participación. No pregunté en que lugar llegue, la verdad no importaba, lo que importaba es que lo logré, y estoy en una pieza, recuperándome y plasmando lo que vi, viví y sentí esa jornada de Sábado, de los cien kilómetros de la carrera Chupacabras. Ahora a descansar, ya habrá tiempo de sobra para planear la estrategia para el siguiente año.
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11 octubre 2007

Se llegó el momento...


No hay plazo que no se cumpla...

El hombro parece que sanó, al menos a tiempo, al menos a un 80%, esperando que sea casi el 100% para el sábado.

Los nervios se quieren empezar a apoderar de mí, pero no lo lograran, no esta vez. Afronto el reto con respeto, con filosofía, con alegría, esto será completamente recreativo, al fin y al cabo se trata de retos y de miedos ¿no?

Espero terminar en una pieza y tener pronto una reseña del evento.

Saludos a todos y desde ahora, espero que tengan un magnifico fin de semana, yo lo tendré, cargadito de adrenalina....
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08 octubre 2007

Crónica de una lesión inesperada


El día pintaba excelente, soleado, una leve brisa, temperatura idónea, poco fresco pero agradable. Pareciera que todo el equipo se puso de acuerdo para llegar tarde, dormir de mas por el desvelo anterior de preparar todo lo necesario para la practica de ese Sábado. Pero hasta eso sirvió para coordinar esfuerzos y sincronizar a todos pese a los pendientes de ultima hora. Todo estaba puesto, la mesa servida para una mañana excelente y triunfante.

Comenzaba el recorrido por el bordo del Rió Bravo, mucha gente practicando, el movimiento sabatino normal de la ciudad y de los mojados esperando cruzar en busca del sueño americano. El ritmo y la cadencia excelentes durante los primeros 10 kilómetros, hasta llegar a Puerto Anapra y comenzar el camino que nos alejaría de la civilización. Para este momento todo era rutinario, excepto la subida fenomenal e inclinada terminando el camino de piedra hasta la cementera. Las piernas comenzaban a sentir el esfuerzo pero siempre con espacios de recuperación y el clima seguía siendo perfecto para este propósito. Kilómetro 20, el Cristo Negro, punto de referencia, mas gente todavía practicando, unos subían, otros ya bajaban del recorrido, caras frescas, caras de agotamiento, caras felices, entusiasmo reflejado.

Los siguientes 15 kilómetros representaban un reto personal, ese de vencer los miedos, pues era el tramo de mis caídas más espectaculares, hasta el momento. Kilómetro 30, una bajada algo rápida, luego la vuelta a la izquierda muy pronunciada y el arroyo seco, aquel que me hiciera casi desmayar del dolor de la caída, lo tome con respeto, baja velocidad, control en la curva, peso hacia atrás, bici hacia delante, !voila!, primer obstáculo librado, había vencido al ínfimo arroyo seco, libre de caídas, pero todavía no lograba nada, seguían mas. Kilometro 35, escalada pronunciada después de una elevación gradual, esta vez, de nuevo vencí la subida sin caídas, volví a utilizar la formula del respeto / disminución de velocidad, peso hacia atrás, señal de la cruz, etc. Volví a salir librado, tal fue la sensación que levante mi puño derecho en alto en señal de triunfo; había llegado al Puerto Castrellón sin ningún accidente y en un tiempo excelente para mi nivel de novato. De aquí al final de la practica, todo era pan comido, al menos eso pensaba ya mi mentecita adelantada, demasiado temprano, esto no se acaba hasta que se acaba.

Antes del kilómetro 40 llegamos al cruce de caminos y luego nuestro regreso, un descenso algo rápido, pero en esta ocasión tomaríamos la ruta correcta, una vereda nueva que será utilizada en la carrera, al menos nueva para mi. En esta ocasión, la adrenalina y mi sensación de triunfo me hicieron perder el respeto a esa nueva vereda o single track y por ende, el miedo comenzó a llenarme. De pronto, casi al terminar dicha vereda, llega una bajada pronunciada y una vuelta cerrada, hasta ahí todo bien, solo que no disminuí la velocidad lo suficiente y ¡sorpresa, un puente de madera! Mi mente no iba preparada, así que el instinto me hizo frenar, deteniendo mi bicicleta, no así la inercia de mi cuerpo. Caí duramente en el suelo, hasta hice “patitos” como piedra landaza horizontalmente al agua, solo que en una vereda de piedras. El que toco primero el suelo fue mi hombro izquierdo, llevándose la peor parte, sin raspones pero el total de la fuerza del golpe. Lo demás, raspones en el codo y antebrazo izquierdo, y hasta mi jersey lleva ahora las huellas de dicha caída. La adrenalina no me dejo detenerme aunque en mi mente pensaba “carajo, no me podía ir en blanco ¿cómo me fui a caer?” Ese era él último de mis problemas.

Kilómetro 40 y yo venia como si nada, en bajada y casi en automático, ya queriendo llegar de nuevo al bordo, sentir que el recorrido terminaba para mí. Por fin se llegó el final, aproximadamente 50 kilómetros de recorrido, y yo solo sentía los raspones, pero la adrenalina y el calor no me permitirían sentir la gravedad del asunto hasta unas horas después. Hasta aquí, todo parecía triunfante excepto la caída, pero siempre se aprende algo nuevo. El orgullo se sana fácilmente, no así un hombro lesionado.

Hasta hoy, no puedo levantar mi brazo izquierdo mas de cuarenta y cinco grados sin sentir el dolor en el hombro, un movimiento vital para controlar la bicicleta, y más necesario aun si se quiere competir en la carrera del próximo 13 de Octubre. Diagnostico oficial no lo hay, solo espero mejorar y recuperar movimiento para el Sábado. Creo que voy de gane, hoy pude mover mas de los 45 grados, así que vamos mejorando.

La lección aprendida: Jamás hay que dar por ganado algo que todavía no tienes, la confianza mato al gato, o lo que más quieras agregar. Lo que sí es que, se necesita mas de una caída para vencer la voluntad, así que el día de la carrera ahí estaré, si no compitiendo, como voluntario ayudando y asistiendo a mis amigos de la manera que mas pueda, así sea acompañado de un cabestrillo inmovilizando mi hombro, no así mi voluntad.
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01 octubre 2007

La eterna lucha de dominar los miedos


Mucha gente asiste a terapia, y después de algún tiempo, frustrados y sin encontrar respuestas, recurren a otro camino, tal vez un poco mas armados, con valor y con decisión, allá van, al camino espinoso, en penumbra, lleno de obstáculos, a buscar respuestas, a vencer los miedos... yo, como cualquier mortal, soy uno de ellos.

Y después de vejez, viruela, reza un dicho muy nuestro, y pues se me ha puesto vencerlo de una manera muy extraña, que parecería nada seguro, pero ahí estriba todo, ahí esta el punto, porque se trata de vencer los miedos ¿que no? Y que mejor que vencer el miedo más inminente, el físico, el que se palpa, se ve y se siente.

De niño siempre fui el menos dotado de capacidades físicas para desarrollar algún deporte, pero amaba y sigo amando el fútbol, aun siendo el ultimo de la lista para jugar, nunca cese en mi lucha y en mi pasión. Ahora de mas viejo, me doy cuenta primero que, los años no pasan el vano, y segundo, que la perseverancia si paga. Claro, no estoy para nada en un nivel de profesional, mucho menos de amateur de liga dominguera, pero el placer que se produce al hacer un que otro túnel (caño) o un sombrerito, un pase filtrado y esas cosas, no me lo quitan en mil años, me lo llevo siempre.

Creo que por esa misma debilidad crecí algo inseguro, con esos miedos, sobre todo a las alturas y a caerme. A este apartado en particular le estoy aplicando la terapia de la bicicleta de montaña. Allá en el cerro me he encontrado gente, compañeros de la época de escuela secundaria, que se sorprenden de verme por allá. Llevo mis caídas, nada de peligro, pero eso si, a que buenos golpazos se pone uno, pero es parte de la terapia, es parte del proceso de sanacion. Este pasado Domingo vencí varios miedos, y vencí a la montaña, claro que me llevo varios recuerdos, entre ellos un pinchazo en mi boca y en mi frente con un nopal, al cual debido a la fuerza de la gravedad decidí visitar y ver mas de cerca.

Puede ser que la famosa carrera que se avecina sea debut y despedida para mí, pero al menos lo probare, al menos me prepare, al menos estoy haciendo un esfuerzo y creo que voy bien encaminado, a vencer mis miedos. Cualquiera que sean los miedos, siempre se podrán vencer, pero no hay de otra mas que enfrentarlos y luchar a veces en su mismo terreno.

¿Alguna terapia usada en estos casos que me quieran compartir? Soy todo ojos... (cuatro, dos de poli carbonato y los otros dos si son míos)
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