Habían pasado ya algunos días, el tobillo había sanado por completo, mas no así su corazón, y Matías seguía sumido en un estado casi catatónico, que le causaba realizar las tareas cotidianas más sencillas como si se tratase de un “piloto automático”, como por simple inercia.
Ciertas cosas habían cambiado en su vida, o en los pedazos que de ésta quedaban; sus hábitos eran algo diferentes, el departamento lucía en un mejor estado, casi todo en orden, algo que él gustaba llamar un “desmadre organizado” – la necesidad es la madre de todas las virtudes – se repetía Matías mientras limpiaba, sacudía y barría los rincones de su departamento, al compás de “Adiós Nonino” y otras piezas de Piazzolla. Era un buen comienzo, tal vez demasiado tarde, pero era un buen comienzo al fin y al cabo. Esto le daba una cierta satisfacción, como queriendo llenar el espacio vació que le dejaba la ausencia de ella; porque en el lugar ahora se respiraba limpieza, pinol, cloro, un cierto orden, pero faltaba su aroma, su esencia, su perfume natural, simplemente faltaba ella.
Sus recorridos por la ciudad eran cotidianos como los de mucha gente, aunque Matías ahora los deambulaba ausente de ese mundo aglomerado y vertiginoso que lo rodeaba. Tomar el autobús para ir al trabajo, buscar la taza de café, el escritorio, la oficina, la compu, el cigarrillo, las cinco en punto y de regreso a casa, mientras su mente se hallaba como detenida en el tiempo. La pregunta era recurrente en su ya gastada mente ¿Se puede arreglar lo dañado? ¿Se puede componer lo destrozado? O mejor aun ¿llegaría la tan ansiada “segunda oportunidad” alguna vez a su vida?
Ni el mismo lo sabia, ni quería saberlo, porque una segunda oportunidad implicaba la posibilidad de encontrarse con alguien mas que no fuera ella, su Sofía, la que llenaba sus mañanas, sus tardes, sus noches, su cama, su espacio, su vida entera; su Sofía, la que admiraba por su carácter fuerte, la que le llevaba las finanzas mejor que nadie, la que fungía como critica literaria para sus trabajos, la que siempre tenia una sonrisa después de una discusión, aquella sonrisa media que él amaba, esa sonrisa que lo curaba todo.
Esa noche, como casi todas en los últimos meses, la pasó completamente en vela, escuchando música, tratando de escribir entre el cantar de los grillos, pero esas preguntas y esa ausencia no lo dejaban en paz. Y se llegó por fin el amanecer, los primeros rayos de sol por la ventana, el aroma, el aire fresco, el trinar de algunos pájaros, el anuncio de un nuevo Domingo, otro Domingo de fútbol, de televisión, de ausencias.
Esta vez Matías no iba a permitir dejarse vencer por el pesado Domingo, así que decidió salir de casa e ir a su cafetería favorita, la cual abría sus puertas a temprana hora, y disfrutar de un buen late – será la mejor manera de comenzar este nuevo Domingo – y así fue como tomó su abrigo y emprendió el camino. Al llegar, el lugar estaba mas concurrido de lo normal – como que todos tuvieron la misma idea, algo bueno debe de haber en todo esto – se decía Matías mientras hacia fila, y esta vez se aseguraba de traer su billetera, la cual si traía, y llevaba apenas lo suficiente para el tan ansiado late y tal vez un pastelillo además.
De pronto, su ritmo cardiaco se aceleró mientras lo invadía un cierto escalofrió, un curioso cosquilleo en las manos... era esa silueta de mujer que se hallaba tres turnos mas adelante de él, esa silueta delgada y garbosa, cabello castaño recogido en cola de caballo, y sintió percibir ese aroma tan particular, ese que estaba ausente en su departamento, en sus mañanas, en su vida. - ¿Acaso será posible... ?