Corría el año de mil novecientos ochenta y tantos, era yo un puberto de escasos trece años, cursaba el segundo año de la escuela secundaria y mi coordinación neuro-motora no terminaba de despertar, creo que a la fecha no ha terminado de hacerlo, no sé si resignarme o seguir de necio intentando.
Clásico de la secundaria “del parque” (y de casi todas las secundarias en todas partes) que los sábados son para las actividades extra-académicas, y ahí estábamos toda la bola de mocosillos haciéndole al “Sport Billy” para quedar bien con las niñas del salón. No contaba con que la madre naturaleza no me había provisto todavía con esos dotes de futbolista nato, ni de basketbolista ni de voleybolista, caray, ni de jugador de canicas y trompo, así que me tenia que conformar con ver los partidos desde la banca.
Una ocasión en la que había terminado de calentar banca, uno de mis mejores amigos de la secundaria, quien era parte del comité organizador de los juegos, llegó estrepitosamente conmigo pidiéndome de favor que lo ayudara, pues los chavos que normalmente le ayudaban le habían quedado mal y nadie quería ayudarle. Parece que fue ayer aquella conversación (gracias al alcohol también):
- Topo (así le decían a mi amigo): Magoo, hazme un paro, necesito un juez de línea.
- Magoo: ¿y yo que quieres que haga?
- Topo: ¿Sabes lo que es un “fuera de lugar”?
- Magoo: claro! Si ese es mi estado natural...
- Topo: Ya estas, nomás ponte trucha para marcar los saques de banda, fíjate quien la saca, le das la bola al otro equipo, ah y no se te olvide marcar con la bandera..
- Magoo: ¿cuál bandera? Como que va a estar medio cabrón bajar la bandera del asta...
- Topo: No guey, con esta...
- (me hace entrega oficial de la bandera amarilla)
- Magoo: sale, total, que puede salir mal....
Demás esta adivinar el resultado de aquel partido. Las mentadas estuvieron de a peso, algunos hasta me querían golpear, mi vista de por sí ya jodida por la herencia de la curvatura de las corneas de mis antepasados (aquí empezó mi apodo, pero esa es otra historia) no me permitían observar bien quien sacaba la bola fuera, total que la banderita amarilla ondeaba para todos lados menos para donde debía. Para colmo, no termine de entenderle al fuera de lugar, así que anule un par de goles y permití otros tantos.
Hasta aquí todo pareciera indicar que esto hubiese sido mi debut y despedida en la profesión de los “nazarenos” pero no, eso fue solo el principio. Por algún tiempo mas, empleé mis sábados matutinos en las canchas de mi gloriosa institución de enseñanza media, marcando fueras de lugar, saques de banda, faltas, sacando tarjetas amarillas y hasta rojas: finalmente me había graduado, pasando de juez de línea a ser arbitro central; ya quisieran Don Antonio R. Marquez, Codezal, el “Boni” y hasta el Brizio haber pitado los partidazos que yo pite en aquellas magnas canchas de tierra, piedras y demás escombro.
Quien iba a decir que me convertiría en arbitro puberto, aunque bueno, esto fue fugaz, como lo fueron tantas cosas en mi vida, pero me llevo mis buenos recuerdos, y hasta la sensación de sacar tarjeta roja nomás porque me mentaban la madre. Donde quedaron esas tarjetas ahora....