Y lo pongo
entre comillas porque dude en calificarlos de humanidad. Todos o algunos, a los que les caiga el
saco. Y sé que no todos son así, pero ¿será
que nuestra misma naturaleza humana nos orilla a esas prácticas? A la puñalada
trapera, a la mentira en exceso con fines de lucro, a la hipocresía, a la
envidia, a la amistad falsa, sentimientos falsos y al aparente único propósito de
aplastar a los demás si es que se cruzan en el camino del éxito. La traición siempre ha existido, pero no nos
acostumbramos a ella, sobre todo el que la recibe. Duele siempre. Y lo pueden atestiguar tanto vivos como
muertos.
Y de nuevo
culpo a mi eterno afán de pertenecer.
Ese maldito afán que todavía no puedo descifrar bien de donde viene,
pero lo más importante, como lo puedo controlar, amaestrar, o mejor aún,
eliminar para siempre. Los humanos somos
seres sociables por naturaleza… dicen por ahí.
¿Sera que se sufre más solo que mal acompañado? Lo dudo mucho. Pero si es verdad que la interacción humana
es muy necesaria y es hasta cierto punto muy sana para nuestro bienestar como
sociedad, como seres humanos, emocionalmente y físicamente.
Pero de aquí
se agarran algunos muy “jijos” para aprovecharse. No se qué extraña satisfacción les da esto,
pero alguna sensación gratificante les tiene que dar. “Se aprovechan de mi nobleza”, de las
carencias, traumas y necesidades del débil, de esa necesidad de sentirse amado,
de pertenecer, de ser “cool”, de ese “tocuh”, aunque parezca casual. Y llegan sigilosos, como víboras, y te dicen
que comas del fruto prohibido. Se dicen
tus amigos, amantes, incondicionales, lo que sea que te suene bonito. Te llevan a las nubes, y cuando más arriba
estas.. ¡Pum! Pa’ bajo y de chingadazo.
El golpe al final de esa caída libre puede ser tan doloroso que acaba
vidas enteras, aunque llegues a los noventa y tantos.
Ya no
importa tanto lo que digan a tus espaldas, las invitaciones que nunca llegaron,
las ofensas que nunca se dijeron de frente, los sobrenombres secreto a voces,
las opiniones reales, la radiografía de tus errores. Que importa, nada. Lo único que importa es saber que nunca pertenecí,
que sigo siendo el mismo rarete como aquel adolecente al que le gustaban las
historias de la revista Duda, la historia y la música de tangos, el cubo rubik
y mis inventos disparatados. Pero bueno,
ya está. Nunca he pertenecido, ni perteneceré,
nunca fui parte de nada, de ninguno de esos grupos o normas sociales
establecidas. Nunca los entendí, no sé
porque siempre quise pertenecer.
Ahora me
quedo conmigo mismo, como siempre debió ser, hasta el final….