No sabia por donde empezar. Después de mil videos instructivos en YouTube y de trazos mentales, empecé por el principio: la esquina más alejada.
Y es aquí donde comenzó mi idilio con la música de ese par de flacos: Charly y el Camarón.
Comencé de esa manera ensamblando todo el piso de mi nueva casa; con mucho cuidado, como con mucho cariño mientras usaba el martillo de goma para terminar de unir perfectamente esas tablas, mientras Charly me contaba como pasaba el tiempo destruyendo hoteles.
Me encontraba contando tablones y haciendo cálculos con las medidas, al mismo tiempo que descubría que Pedro Aznar participaba de “Tu Amor” con Charly García. Al primero lo descubrí gracias a Filio, al segundo ya lo conocía de tiempo antes. Luego me mortificaba el darme cuenta con la lentitud que mi obra se movía, pero me regocijaba escuchar que no voy en tren, voy en avión. Es así como me decidía aventarme dos o tres hileras extras de tablones laminados, total, tenía muy buena compañía.
Y así fue durante todos esos días, durante todo ese proyecto, que cabe mencionar me dolió solo físicamente, sobre todo a mis maltrechas rodillas futboleras. Porque a mi alma, a esa la alimentaba con toda esa nueva experiencia, esos colores artificiales de caoba, y esos olores de madera prensada. Y esa música, esas letras que parecían darme un mensaje de esperanza cuando quise abandonar mi tarea en mas de una ocasión. El dolor de mis rodillas parecía hacerle coro a las seguiriyas de Camarón. Cuando llegaba “como el agua” a mis odios, mis manos buscaban la botella como por embrujo – hora de un break.
Mis ropas “de talacha” toda maltrecha y maloliente me parecían muy ad hoc cuando escuchaba a Camarón decir que se partía su camisita. Al menos la mía seguía en una sola pieza todavía. Pero también tenia tiempo para maldecir mi suerte. Gracias a ese trastorno obsesivo compulsivo que me hacía buscar la perfección en las uniones de los tablones y en las esquinas del piso, mis rodillas lloraban como el cante de Camarón. Pero luego llegaba de nuevo Charly y me decía “rezo por vos”; no me quedaba otra que seguir en la labor. Ni modo, “sin llorar” como decimos por acá.
Y así entre rola y rola termine el piso, completita quedo la
casa y contentita quedo mi señora, o al menos eso creo. Al final de cuentas salí ganando mucho, y me sentí
afortunado. Me ahorré montones de dinero
en aventarme yo mismo la tarea a lo DIY, aprendí mucho de la instalación de los
pisos laminados, el scrap (desperdicio) fue mínimo, mi casa estuvo mucho
mas cerca de estar lista pero lo mejor, me hice fan de Charly García y de Camarón
de la Isla. Ahora cuando los escucho de
nuevo, es imposible alejar de mis sentidos el olor de la madera falsa, el
polvo, dolores de rodilla, pero también esa alegría de corazón, esa satisfacción
de haber logrado algo con mis propias manos. ¡Win-win!