Dale, dale, tira, acá, acá, tira, tira... ¡gooooooooooooooooooooooooool! – Así transcurre aquella cascarita de fútbol, así se escuchan los gritos de los chiquillos en el parque de aquel barrio olvidado, ese de césped escaso y amarillento. Y mientras tu observas aquella escena perdido, enajenado; tu mente esta en otra parte, sientes que da infinidad de vueltas.
Y así es como mientras ves a los chicos jugar, piensas en los buenos tiempos, aquellos en los que el pequeño Martín se divertía con los amigos pateando el balón en las calles del barrio, soñando con llegar a ser algún día jugador profesional, rompiendo la red, jugando de
sexto año, un fenómeno, el ídolo de todos. Tanto lo deseaste, que a base de disciplina, corazón y empuje, saliste del barrio para hacer tu sueño realidad: ser jugador profesional de fútbol y no cualquiera; uno de los mejores del momento.
Y así, repentinamente, llegaron las glorias, los campeonatos, los contratos publicitarios; el dinero y la fama, algo a lo que no estabas acostumbrado. Y de la misma manera, llegaron también las malas compañías, las malas inversiones, las eternas fiestas, vino y mujeres, el despilfarro total. No era tan difícil adivinar las consecuencias, pero jamás imaginaste lo que en tu caso vendría. Adiós fama, adiós dinero, y sin dinero, adiós vino, adiós mujeres, adiós amistades, que hasta ahora te das cuenta que eran falsas. Pero lo que más dolió fue decir adiós mujer, adiós hijos, y tal vez lo peor: adiós fútbol. Y todo por no tener un dominio propio, por querer comerte al mundo de un solo bocado.
¿Qué te dolerá mas Martín, tener que vivir en una pocilga llena de ratas cuando llegaste a tener la mejor mansión del país o conformarte con ver el fútbol únicamente en los llanos, en las cascaritas? ¿Te ausentas de los estadios y del fútbol por falta de dinero, o por vergüenza? ¿Qué
carajos es lo que buscas acá en los llanos presenciando cascaritas infantiles? ¿Acaso buscas la reivindicación, la purificación? ¿O es que buscas otra oportunidad?
Ni yo mismo tengo las respuestas, no sé en lo que me he convertido, soy un inútil, un lastre, un indeseable, mas sin embargo ahora busco esas respuestas, busco una señal, algo que me haga por lo menos, sentir bien conmigo mismo por un momento. Nunca fui religioso, pero son ya varios los momentos en que le he pedido a Dios que me mande esa brújula, esa señal, ese camino... ya no sé ni lo que quiero.
De pronto, tu momento es interrumpido por un golpeteo repentino. Un balón maltrecho, el de aquellos chiquillos que observabas jugar momentos antes, llega accidentalmente hasta tus pies. Vuelves tu cabeza hacia él, haces una pausa y lo observas con detenimiento, y un sin fin de sensaciones recorren tu cuerpo. Lo recoges y lo colocas entre tus rodillas, lo palpas de nuevo mientras tus ojos se cierran tratando de hacer mas real aquella sensación inexplicable de comunión con él, esa que te dio todo en algún momento, cuando eras el mejor.
- Disculpe señor, ¿me podría devolver el bacón por favor?
- Ah si, discúlpame chico... este, no, es que no me di cuenta que...
- Oiga, ¿qué no es usted Martín Uriostegui, el jugador de fútbol?
- Si chico, así es, yo soy ese.
- ¡Que barbaridad!, El “zurdo” Uriostegui, si usted fue siempre mi héroe, tengo varios
posters suyos en las paredes de mi cuarto, usted fue campeón de goleo en tres torneos cortos ¡consecutivos! Pero luego ya no supimos nada de usted después de...
- ¡Después del accidente chico!, Así es, hay que decirlo con todas sus letras, ese maldito accidente que me ha dejado en esta horrible silla de ruedas. Pero no dejes que eso te engañe, todavía tengo mi talento innato.
- Que suerte la suya señor Uriostegui, la mayoría en nuestro equipo no tiene ese talento, ni siquiera tenemos un entrenador que nos enseñe lo más básico...
Y es en este preciso momento que, como por arte de magia u obra divina, llega a ti otra sensación indescriptible, algo que tu percibes como la respuesta que siempre habías estado buscando, tu oportunidad de reivindicarte, de devolver un poco de lo que se te dio, pensando que todavía estas a tiempo. Vuelves tu mirada al chico, como para darle una respuesta, no sin antes haber dirigido tu mirada al cielo, y alcanzar a murmurar algo que pareció ser un “gracias”:
- Mira chico, si tu empujas mi silla hasta el centro del campo, quizás les pueda yo enseñar unas cuantas cosas para que ya no sean tan
maletas.
- Tito, me llamo Tito señor... ¡Hey muchachos, vengan, ya tenemos entrenador!
- Una cosa si te digo Tito, el secreto de esto del fútbol, va mas allá de saber dominar el balón. Aquí hay que aprender a dominarse a uno mismo, lo demás, es lo de menos...