Unas tablas de diferentes tamaños, cuatro valeros y mucho ingenio eran suficientes para sustituir al famoso carro deslizador avalancha, (marca registrada, no aceptes imitaciones) y al mismo tiempo, suficientes para esbozar una sonrisa de oreja a oreja; la nostalgia me hace ahora vagar a ese tiempo cuando era niño.
Recuerdo el famoso deslizador, de moda en aquellos tiempos y bombardeado por la publicidad televisiva en el famoso programa de “Chabelo”, todo niño en México quería uno así. Pero a falta de pan, tortillas, a falta de tiendas que distribuyeran el mencionado carro a estas latitudes tan lejanas y al norte, se buscaba siempre el producto gringo, pero no era lo mismo. Y a falta también, de los recursos necesarios para adquirir uno, aunque fuera de la más ínfima calidad, entraba entonces el ingenio que nos caracterizaba a los niños de mi cuadra y a mí, que tiempos aquellos, nada era imposible.
Andar de patio en patio buscando tablas viejas, en desuso, luego brincarnos la barda de los talleres de camiones urbanos, para buscar en el deshuesadero los ejes viejos para “pedir prestados” los valeros, herramienta en mano y después del botín, la respectiva correteada del perro raza “callerman” de regreso a la barda; todo esto era parte del show.
Ya en la casa de “El Chuy” o de Javier o en la mía, comenzábamos el proceso de producción... si tan solo nos hubiese visto Ford... valeros por un lado, previa limpieza en una charola con petróleo, tablas por otro lado, recortadas al mismo tamaño, clavos viejos y oxidados en un frasco de vidrio, de esos de la mayonesa, martillo, pinzas y demás herramientas que pudieran hacer falta, cuerda de esa para amarrar las carteras de huevo o algún alambre maleable, y mucha, mucha imaginación y paciencia.
En alguna buena tarde llegamos a ensamblar dos o tres carros: tabla grande de plataforma o “chasis”, dos tablas delgadas a los extremos a manera de ejes y en cada extremo enclavados cuatro valeros a manera de ruedas, y el volante se manufacturaba con el “mecate” (la cuerda) o en su defecto con un alambre, como una especie de rienda de caballo. Si bien nos iba en la búsqueda de material, nos alcanzaba para ponerle un respaldo al carro, y ¡listo!
A salir a las calles a hacer ruido, a disfrutar, a reír, a gozar.
Así de simple, así de sencillo se era feliz, cuando éramos niños...
Hoy que se celebra el Día del Niño por estas latitudes, quisiera que pudiéramos regalar una sonrisa a un niño, pues es mas que suficiente, es como el combustible que les mueve, un simple saludo, una enmarañada de cabello, un guiño de ojo, eso es todo lo que se necesita. Si no los vemos, pues hagámonos ese regalo a nosotros mismos, y dejemos salir ese niño que todos, absolutamente todos llevamos dentro. Suena bien ¿no creen? No es la solución a los problemas del mundo, pero es un buen comienzo...