Todo estaba listo, a mis escasos ocho años me disponía a salir de casa esa tarde, y junto con mis amigos participar de esa tradición prestada de los primos del norte (los gringos) de ir a pedir dulces casa por casa la noche de Halloween; el vivir en frontera hace casi imposible el aislarse de modismos, lenguaje y tradiciones gringas.
Armado de una simple mascara (a la fecha no recuerdo bien de que, pero de que era monstruo, lo era) y una bolsa de plástico, enfile junto con mis amigos hacia las calles de la colonia, a pedir dulces como ya lo había hecho otros años. Ese día, el clima había sido favorable, así que una playera de manga corta bastaba, aunque por la tarde el clima cambió bruscamente y empezó a soplar un viento fuerte y muy frió.
Vengan, acá están dando chocolates – nos gritaba un amigo, y corríamos todos hacia la mencionada casa, o – acá están dando dulces americanos – y para allá íbamos todos, siguiendo el grito de guerra. La noche transcurría normal, solo que yo comencé a sentir un poco mas el frió, y de pronto me vino una tos, cosa que no me detuvo en mi afanosa tarea de recolectar el mayor numero de dulces posible. El clima, aunado a mis alergias, causaría poco mas tarde una reacción muy interesante en mi esquelética figura.
Por fin termine mi recorrido, llegue a casa con el botín de dulces, pero mi salud muy mermada, la tos era tan persistente, que ni ganas me quedaron de saborear los dulces obtenidos esa noche. Horas mas tarde, me era casi imposible poder respirar, mi pecho se contraía demasiado al grado de provocar dolor el simple hecho de querer tomar una bocanada de aire; mis padres muy asustados decidieron llevarme de urgencia a un hospital.
La siguiente imagen que viene a mi mente es el estar en una cama de hospital, con suero, inyecciones y una cámara de oxigeno alrededor. Debido a mis alergias y el frió, había sufrido un ataque severo de asma, así que había que desinflamar y despejar mis bronquios lo mas rápido posible. Recuerdo muy bien la imagen de mi madre sumamente afligida a través del plástico de la cámara de oxigeno, se vivía en desatenciones por mí, y su cara de angustia me asustaba mucho, muchísimo. Esa noche fue una de las peores noches de mi vida, debido al malestar, suero, oxigeno y demás cosas; no pude pegar los ojos y descansar, a eso habría que sumar que mi madre, cada cinco minutos me preguntaba si me sentía bien. El siguiente día, que era sábado, lo pase un poco mejor, pues mi salud había mejorado notablemente. A medio día me retiraron la cámara de oxigeno y pude recibir visitas. Por ahí desfilaron familiares, y algunos amigos, mientras yo descansaba, dormitaba a ratos y cambiaba los canales de la televisión con ayuda de un control remoto alambrico; bendita tecnología me decía a mi mismo.
Esa noche, mi padre relevó a mi madre en las labores de velar mi sueño, alegando que ella debía descansar. El cambio fue bastante drástico y bueno. El ver la relajación de mi viejo me dio una cierta esperanza, una confianza de que las cosas estarían bien. Mi padre no perdió tiempo y comenzó a buscar un buen lugar para dormir, el sillón del cuarto era demasiado incomodo, así que quito los cojines y los acomodo en el suelo. Hubieran visto las caras de las enfermeras cuando entraban a revisar mis signos vitales durante la noche y veían a mi padre tendido en el suelo, y él, como si nada seguía durmiendo. La mañana del domingo, desperté con dos sorpresas, la primera, que la aguja del suero había sido removida por las enfermeras, era como haber recuperado mi libertad, podía moverme por el cuarto a placer. La segunda sorpresa, mi padre amaneció ahí a mi lado, me invadió la risa, me dijo que no podía aguantar el suelo y como la cama era muy grande, el se hizo un espacio ahí junto a mí, ¡Ja! Si supiera mi madre diría “este hombre solo piensa en comer y dormir”... pero bueno, creo que el ver ambas perspectivas me sirvió de mucho.
El día transcurrió rápidamente y esa misma tarde era dado de alta por el doctor, no lo podía creer, ya era hora de volver a casa, había recuperado mi salud, mi libertad, y había aprendido mi lección, muchas lecciones creo yo, unas relacionadas con la salud, y otras con el temple, el mantener la calma, el saber que siempre hay esperanza, siempre sale el sol, y que nuestros padres, de diferentes maneras, nos hacen saber que están ahí para ayudarnos siempre.
Trick or treat anyone?