Durante todo el camino a su departamento, Matías no podía apartar de su mente todo lo
acontecido en aquel café, pero había una cosa en particular que le resonaba con bastante fuerza: la morocha detrás de él en la fila, de cabello largo y mirada tierna, después sentada en aquella mesa esperando a alguien ¿o tal vez a nadie? ¿Que tenia ahora esa enigmática mujer que le llenaba tanto el pensamiento? ¿Será que te habrá gustado la morocha Matías? – se decía a sí mismo mientras buscaba las llaves de su departamento, y al revisar sus bolsillos en el momento, se daba cuenta que su billetera, de nuevo, estaba ausente.
¡Carajo! Otra vez lo mismo – decía Matías mientras se palpaba rápida e inútilmente los demás bolsillos de pantalón y camisa, buscando la billetera al más puro estilo de una revisión policíaca, mientras trataba de traer a su mente él ultimo momento en el que la había visto. El recuerdo lo llevó de nuevo a esa misma mesa del café, y a la morocha – Seguro que si ahora mismo salgo para allá, todavía las pueda encontrar – y comenzó a correr con todas sus fuerzas rumbo al café.
Minutos mas tarde, Matías llegaba ya sin aliento a un café mucho más lleno de lo que lo había dejado momentos antes. A empujones y mil disculpas, se abría paso hacia la mesa en cuestión, la cual era imposible de divisar entre aquel mar de gente. Por fin, y mientras trataba de recuperar el aliento, logró llegar a la tan ansiada mesa diciendo – Perdona mi atrevimiento de nuevo pero es que.. – cuando en ese momento, su mirada se da cuenta de algo, la morocha ya no estaba. – Me imagino que buscaras esto, pero espera ¿cómo sé yo que eres tú el verdadero dueño de la billetera? – le preguntaba una chica de cabello rubio, ojos claros, que definitivamente no era la morocha que él esperaba, la de hacia un rato... ¿podría ahora llamarla su morocha?
Mientras Matías trataba de descifrar ese doble impacto en su ya de por sí desgastada mente (y corazón incluido), al tiempo contestaba automáticamente las preguntas de rigor que la rubia le hacia para cerciorarse de que él fuese el verdadero dueño de la billetera. La desilusión en el rostro de Matías era evidente, pues su mirada estaba perdida en la billetera, pero su mente vagaba por el espacio, por la nada – ¿Qué pasa, té falta algún papel importante, dinero? – a lo que él responde – bueno, falta lo suficiente para un par de
lates pero eso es todo, lo importante esta aquí todavía intacto, o al menos eso creo.
Había mas preguntas que respuestas en la mente de Matías, pero las cosas eran así. Había recuperado su billetera, de alguna manera intacta, pero también al mismo tiempo su alma estaba algo golpeada, muchos
porques y comos daban vueltas como ruedas en sus rengloncitos retorcidos. ¿Acaso, de nuevo había dejado ir una oportunidad? ¿Pero, si hubiera sido oportunidad, porque se dieron las cosas así? ¿Por qué los lates incompartidos? ¿Será cierto eso que se dice que no existen las casualidades?
Dándole las gracias a la chica rubia por haberle devuelto su billetera, Matías decide retirarse, y apresurar su paso para intentar llegar al menos al segundo tiempo de su partido de fútbol. La vida tenia que seguir, era como su nuevo
mantra, ese que curiosamente se repetía mientras pasaba el umbral de las puertas del café por enésima ocasión en el día. De pronto mientras caminaba, a lo lejos ve una figura recientemente familiar. Se detiene por unos segundos para confirmar; la morocha del café, la de los
lates, subiendo al transporte colectivo numero veintitrés...