Para Miguel, todo era preocupación y estrés. El haber trabajado la noche buena era algo no grato, y había que sumarle a eso la lista de pendientes que tenia por hacer, después de un día largo y normal de trabajo, tener que pasar al mercado a hacer compras de “ultima hora” entre aquel mar de gente. –Es increíble como este día es cuando la gente se pone mas mal – decía Miguel mientras recorría los pasillos entre empujones, miradas lascivas y murmullos ofensivos. Lo que le faltaba, el ultimo encargo, un azafrán para sazonar la cena, no podía ser encontrado en todo aquel supermercado – no puede ser posible que no encuentre un mugroso azafrán – se decía a si mismo cuando de pronto al darse la vuelta, un viejecito de mirada cansada pero muy noble, y con una sonrisa en su rostro le contesta – un azafrán precisamente como este, buen hombre – y le acerca con sus manos la cajita con la preciada especia. – Muchas gracias señor – entre murmullos fue lo único que Miguel pudo decir mientras se retiraba escuchando las ultimas palabras de aquel viejecito decir – que tenga una noche buena.
Aquella experiencia sin duda le había hecho reflexionar sobre la velocidad a la que siempre llevamos nuestras vidas, y los pequeños detalles que se pasan de largo por ir mas aprisa cada vez. Esa experiencia puso un cierto alivio en su alma, y mientras lo pensaba, le trajo una gran sonrisa a su cara y a su corazón, mientras iba ya camino a casa. Mientras esperaba la luz verde en un crucero, se acerco hasta su auto un niño vendiendo luces de bengala, de figura desprolija pero con una sonrisa sincera en su rostro. El pequeño le dice – señor ¿me podría comprar una bengala para sus hijos? Ayúdeme, no he vendido nada esta noche y tengo que llevar algo a mi casa para cenar. Aquellas palabras retumbaron en Miguel, solo unos minutos antes un personaje extraño le había mostrado la sencillez de la vida, y ahora este chiquillo le venia de nuevo a mostrar otra parte de la vida que se pierde en la rapidez de nuestras complicaciones. Después de una fracción de segundos de pensar, Miguel le dice al pequeño – Te diré algo, toma este billete, solo dame una bengala y quédate con el cambio – El rostro del niño se ilumino de tal manera, que era difícil no poder verlo de lejos. – Muchas gracias jefe – le dijo aquel niño, le entregó su bengala a Miguel y se fue corriendo, brincando de felicidad mientras decía – esta si que es una noche buena – y sin mas, se perdía entre la oscuridad.
En una colonia periférica de la ciudad, Pepe, aquel niño vendedor de luces de bengala, caminaba rumbo a su humilde casa, pero con una gran esperanza dentro de él, y un billete que le significaría una cierta alegría a toda su familia. Pero Pepe no quiso llegar a su casa sin antes dar gracias por ese milagro ocurrido en Noche Buena. En su camino, se detuvo en una iglesia, entro para dar gracias a Dios por que su familia tendría algo que cenar esa noche. Algunas de las personas que estaban ahí lo miraban con desprecio, otros con ternura, otros con curiosidad, mientras Pepe llegaba hasta el nacimiento, se hincaba a dar gracias al niño Jesús, y una voz en el sonido decía “... y paz a los hombres de buena voluntad”.
Tal vez fue algo que le sobraba a Miguel, tal vez fue el estar en el momento correcto. Mas bien, fue una cadena de hechos, todos estos provocados por una buena obra, por la buena voluntad de algunos, porque todo esto se contagia, la sonrisa y la felicidad se comparten. Les invito a compartir esta Navidad una sonrisa, un buen detalle, algo de paciencia, una caricia, un abrazo, un saludo, algo que trascienda mas allá de un simple regalo material, porque eso es lo que más se atesora en nuestros corazones.
Les dejo un fuerte abrazo, les deseo lo mejor para esta Navidad y para siempre, y sigamos continuando con esa cadena de buena voluntad ¿no creen?